Tengo el balcón abierto, es un primero, así que oigo muy bien los ruidos de la calle, de la noche, de la ciudad despierta. El sonido de la noche es en sí mismo casi una melodía inconexa. Se oyen perfectamente las conversaciones que a las tres de la mañana dos personas mantienen de camino a casa, pensando que nadie las oye, y están pasando exactamente a cuatro metros bajo mi balcón abierto de par en par. Hace un poco de frío, me he echado una pequeña manta por encima, merece la pena. El fresco de la noche entra en este salón en penumbra a la vez que se va el humo del tabaco. Oigo unos tacones apresurados, y una carcajada ahogada. Mis únicas luces: una lámpara de ambiente y la pantalla del portátil en el que escribo. Se oye tráfico a lo lejos, de vez en cuando alguna sirena, un taxi acaba de dejar a alguien en su casa, la puerta se cierra con un gracias, adiós. Y mientras yo, dentro, en mi butaca, con el portátil sobre mis rodillas me dejo acariciar por melodías del pasado. No, me equivoco. Son más bien melodías del futuro…
No me sirven de nada mis ojos.
Ya no. Mi alma no está muerta,
Inconsciente, la dejo vagar despierta.
Poco pueden ver mis ojos, siempre me engañan.
Prefiero esa voz ahogada que ahora comienza a salir.
Maltrecha, herida, pero viva.
Gracias voz querida, puedes gritar ahora toda tu ira.
Saldrán de las raíces de la muerte, las alas de la vida que te espera.
Qué mejor dicha. Sin querer queriendo llegó el momento.
No se si te recuerdo, o tan solo es el recuerdo del recuerdo,
Débil, distorsionado por el peso de la memoria y la experiencia.
Hoy, con más conciencia llego a verte, quien fueres.
Mi corazón anda desbocado, por una emoción perdida,
Saciada, sentida, y acabada.
Descansa corazón, pero a la vez late con fuerza,
Recuérdame quién soy, recuérdame que estoy viva.