lunes, 29 de noviembre de 2010

Sáhara

Un desierto de suelo yermo y rocoso en el que no crece vegetación: es la nada convertida en piedra. El retrato apocalíptico de un futuro sin vida. Allí, expulsados de sus tierras, cerca de doscientos mil refugiados encontraron un territorio en el que plantar sus tiendas y reconstruir sus hogares, sobreviviendo donde no lograron hacerlo los peces, los moluscos, los chacales, las serpientes, los ríos y las moscas. Tan sólo las bandadas de cuervos y cornejas aceptaron convivir con ellos, esos mismos pájaros negros que, en las ciudades, gustan de volar sobre los cortejos fúnebres y posarse en las ramas altas de los cipreses de los cementerios.

Se sonroja la tierra
turbada antes los vivos.
Las lomas han callado
por respeto a los muertos.
Las tumbas imprecisas
derramándose en lomas de guijarros.
Tantas causas perdidas
bajo la carne salina de las dunas.
Esas lunas estériles
con cráneos que son llagas
de milenios huidos.
Allí vivieron hombres
lejos del ronroneo de océanos y edades.
Y así la vida fue:
el viento que arrebataba voces,
arrojándolas en brazos de la nada.
El cielo era un lamento de cuchillos:
Así mi vida.


El Médico de Ifni. Javier Reverte

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